Educar, en su esencia, consiste en enseñar las definiciones de “las cosas” a los que no las saben, para que las conozcan.

Educar es mostrarle a un@ niñ@ que un triángulo tiene tres lados, que un río es una corriente de agua y que la bondad es una cualidad del ser humano.

Definir los tres lados de un triángulo es fácil y perceptivamente evidente y, por lo tanto, difícil de confundir; definir un río es un poco más difícil porque se confunde con un lago, marisma, pantano, estanque, con cierta facilidad; y finalmente definir la bondad es francamente difícil y depende del criterio del que lo juzga.

La culpa de este embrollo la tienen los límites. Delimitar, que significa poner límites a un objeto tan elemental, claro y sencillo como es un triángulo, resulta claro y fácil y hasta los niños de 2 – 3 años ven, tocan y, si hace falta, chupetean los límites de un triángulo y los diferencian de los límites que encierran la definición de círculo.

  • “¡¡Un triángulo tiene tres lados!!”.
  • “¡¡Un círculo es redondo!!”.

La confusión es prácticamente imposible y, por lo tanto, queda “educado” (conocedor) para toda la vida con respecto a lo que es un triángulo, pero cuando llegamos al río resulta mucho menos preciso, claro y perceptible la determinación de sus límites y el conocimiento (definición) de río es menos concreta y mucho más simbólica.

Un niño de 7 años que acompañaba desde la orilla a su padre, pescador de río, que ejercía su afición en el centro de la corriente, pregunta a su madre:

  • “¿Nosotros también estamos en el río?”.

Miró sorprendido hacia la figura lejana del padre cuando oyó a su madre contestar:

  • “Si, claro.educar los limites de la realidad

Y acto seguido preguntó a su madre:

– “¿Y papá también está en el río?”.

No hace falta que les diga que la madre no supo aclarar las dudas de su hijo porque no pudo diferenciar los límites del río.

El triángulo es un objeto concreto que se maneja con pensamientos concretos que dan lugar al conocimiento del mundo concreto.

El río define un espacio simbólico que se maneja con el pensamiento simbólico y cuyos límites determinan el conocimiento de los símbolos. Los límites del río no se ven, ni se tocan, ni se chupan. ¿Dónde empieza el río?. ¿Dónde se acaba el río?.

El niño de nuestra anécdota veía, tocaba y “chupaba” que su padre estaba dentro del río, pero entonces ¿Dónde estaba él?. Sólo el pensamiento simbólico y la “educación” le permitirá comprender que ir a merendar al río o ir a pescar al río, o ir a bañarse al río, modifican la función que el río ejerce en nuestras vidas pero no cambia la definición de río, cuyos límites aún existiendo en la realidad, los define el pensamiento simbólico sin el cual ni el tiempo, ni el espacio, ni la lectura, ni las letras, ni los números podrían existir más que como aprendizajes mecánicos, automáticos y con poco sentido.

Pero sólo con un pensamiento de tipo abstracto podemos adquirir el conocimiento de aquellos objetos que ni siquiera se apoyan en el límite de lo simbólico.

La bondad, igual que todos los conocimientos abstractos, no tiene límites ni en el tiempo ni en el espacio y por eso es muy difícil de aprehender con la inteligencia humana, pero cuando se aprehende queda grabada de forma indeleble y permanece más allá de los accidentes y de las circunstancias.

Los valores que definen la conducta, el pensamiento y los sentimientos humanos pertenecen a la categoría de lo abstracto y se manejan con la inteligencia abstracta.

Estoy seguro que muchos de mis lectores están pensando que esto de educar no es tan complicado; ¡¡y tienen razón!!, para transmitir los valores basta con vivirlos en la presencia de los niños.

A esta convivencia próxima, afectiva y ordenada, es a lo que yo definiría como familia.

 

Dr. José Moyá Trilla   y   Adelina Barbero Castillo

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